jueves, 1 de agosto de 2013

Cuba, Turísticamente hermosa, históricamente fascinante, socialmente triste


Con un morral de 8 Kg, una maleta de 10 Kg, un morral de 20 L y un bolso, partimos, mi esposa (Diana) y yo, el sábado 20 de Julio de 2013, rumbo al aeropuerto El Dorado, muy a las 6 a.m. Tras hacer el check-in, y ya ligeros de equipaje, desayunamos y abordamos el avión, que en 3 horas y pico nos llevaría a La Habana, Cuba.

Luego de dormir película, comenzamos el descenso ante el espléndido mar, literal, agua marina, y el borde de la isla; acercándonos a tierras verdes y finalmente a una ciudad de tamaño medio, estuvimos pronto abrazados por el calor de 32° C de La Habana, bajo el rayo de sol que hacía brillar la pintura de carros modelo 50, 60 y máximo 80. Vehículos de marca Chevrolet, Oldsmobile, Plymouth, Lada, Volga y Ford.

Después de cruzar la ciudad con una rápida explicación por parte de la guía, llegamos al Hotel Comodoro, que, por cierto, recomendamos a ojo cerrado, dada su arquitectura, buena atención, piscina y excelente restaurantes, siempre con shows musicales típicos de la música cubana con todas las complacencias del caso.

En la retina quedaban retenidas imágenes de monumentos, edificios, carros antiguos, gente en las calles, que luego visitaríamos con toda la calma… en medio del afán. Descargamos el equipaje y salimos a buscar algo para comer; en el mercado al que entramos encontramos Sal Refisal y Waffers Italo, muy colombianas. De resto, no había mucho, estantes más bien vacíos, y no mucho de donde escoger. Compramos galletas españolas y un par de gaseosas marca Ciego Montero, única empresa del estado (como todas) productora de agua embotellada y gaseosa. Luego descubriríamos la Coca Cola, pero con un sabor más dulce y sin tanto gas como la nuestra. Ante la sorpresa, leeríamos: Hecho por Coca Cola México. Los mexicanos han modificado la fórmula que creíamos universal y eso no sabe igual.

De regreso al hotel, “apareció”, en una esquina, una caseta amarilla, con los letreros de Maggi y de Sandwich; en donde, por curiosidad, pedimos 2 sandwichs, y pregunté “cuánto es?”, ante lo que me respondieron; “uno” (1 cuc; es la divisa creada para los turistas; que corresponde a casi 2000 pesos colombianos. Ellos tienen su propia moneda que es el cup (peso cubano)); ante lo cual alisté 2 cuc, pero me dijeron; “no, 1 cuc los 2 sandwichs”. Realmente es lo único barato allá; y es el verdadero y legítimo sándwich cubano, muy, muy, pero muy bueno, y, muy diferente al que comemos acá. Y no podía ser diferente, no sólo por estar allá, sino porque es preparado por un par de negritas cubanas, con el equipo de sonido a todo volumen, bailando al son de música caribeña, cortando pan, y poniendo los sandwichs en una plancha (prensa) caliente.

En la noche, a plena luz del día, pues el sol se esconde a las 8:11 p.m. (cronometrado por 3 noches seguidas), degustamos un par de deliciosas cervezas cubanas, la Bucanero, y la Cristal. La primera es una cerveza con 6% de volumen de alcohol, similar a la Club Colombia; la segunda es de 4,5% Vol, parecida a la Aguila Light. Ambas de muy buen sabor, cuerpo y aroma … lo de cuerpo me lo inventé, ni siquiera sé si ese término es válido para cervezas; en todo caso muy ricas.

Luego, de vuelta al hotel, a canalear por los 5 canales y a dormir, pues al día siguiente debíamos estar listos, bañados y emperifollados  para el city tour.

Hasta mañana.