Hemos escuchado a lo largo de nuestra vida, que tal o cual persona se suicidó. En ocasiones son personas cercanas, medianamente cercanas, o desconocidos, seguramente de la farándula. Independiente del vínculo que exista, son eventos que siempre nos tocan de alguna manera, unas veces más profundamente que otras; a algunos más que a otros; dependiendo de nuestra forma de ser, de nuestra sensibilidad – supongo -, y de la cercanía con esa persona.
Mucho se ha dicho al respecto. Siempre se elucubra sobre el o los motivos que lo (a) llevaron a hacerlo, que una vida llena de dificultades, que el marido la dejó con no sé cuántos hijos, que los problemas económicos, que estaba sola en la vida, que se quebró, e infinidad de posibles motivos más; lo cierto es que no tenemos certeza sobre qué lleva a ciertas personas a terminar con sus vidas.
Los científicos han dicho que se trata de desordenes a nivel neurológico, – y seguramente tienen razón – en los que no hay una adecuada producción de ciertos neurotransmisores que son los encargados de lo que llamamos el instinto de supervivencia, son los encargados de nuestro estado emocional, y por lo tanto de mantenernos felices o, al menos, en un estado “neutro” en el que si no estamos absolutamente felices, tampoco estamos deprimidos, y también se encargan de hacer que evitemos las situaciones riesgosas, tanto externas como autoinfligidas.
Si existen fallas metabólicas que llevan a que nuestro cerebro tenga unos niveles inferiores a lo normal de dichas sustancias, los aspectos mencionados se verán afectados, y es ahí donde tenemos a las personas que sufren depresiones, a veces, incluso sin motivo aparente, son las personas que hablan de terminar sus vidas. También han dicho los expertos que siempre debemos poner atención ante las expresiones suicidas, que no se debe ignorar sus comentarios, que se debe alertar a la familia, hacerle un seguimiento y, finalmente, remitir al especialista.
Sin embargo, si tenemos en cuenta la historia de quienes llegan a cometer el acto suicida, y vemos que a pesar de los intentos de ayuda por parte de la familia, amigos y especialistas, lo llevan a cabo, podemos pensar que ante fallas fisiológicas, la ayuda psicológica, y por tanto externa, no tiene mayor efecto sobre la decisión de quitarse la vida.
Algunos suicidas dan todas las señales del mundo, otros algunas pocas, y otros no dan señal alguna. Dicen, también los expertos, que la decisión de quitarse la vida no se toma en el momento en que se lleva a cabo, sino que ya se ha tomado tiempo atrás y, simplemente, se espera el momento para hacerlo, tal vez ante algún detonante o en un momento de muy bajo nivel de serotonina, noradrenalina y dopamina, neurotransmisores encargados de mantener nuestro estado emocional en modo “feliz”.
Siendo esto así. Creo que no debemos matarnos la cabeza pensando qué pudo haberlo llevado a suicidarse. La respuesta sería muy sencilla; bajos niveles de los neurotransmisores mencionados anteriormente. Tampoco debemos culparnos por no haberlo notado antes, si es probable que no pudiéramos hacer nada. Y tampoco es lógico pensar que si hubiéramos hecho tal o cual cosa esta tragedia no habría ocurrido; seguramente sí habría ocurrido en algún momento.
Lo que pasa es que esto es una enfermedad que afecta el cerebro, y afecta funciones específicas de dicho órgano, y esas funciones se reflejan en el estado de ánimo, en algo que relacionamos con lo sicológico y no con lo físico. Pero es una enfermedad igual a cualquier otra, como el cáncer, la insuficiencia renal o hepática, los infartos, etc. Y nunca he oído a nadie culparse o mortificarse pensando si podría haber evitado su muerte si hubiera hecho algo. Las entendemos como enfermedades que se producen naturalmente o, bien, por nuestro estilo de vida; y sabemos que en algún momento esa persona morirá, así no queramos que suceda.
Suele oírse, tras un caso de suicidio la típica frase: “lo tenía todo para ser feliz”; pero y quién dijo que tener cosas hace a la gente feliz? Quién dijo que ser bonita, tener buen cuerpo, plata, estudios, viajes, familia, amigos, etc. hace a la gente feliz? Seguramente son aspectos que aportan a sentirse bien, pero que no necesariamente se asocian a una felicidad. Muchos conocemos gente que no tiene nada de eso, viven en la calle, rebuscan la comida entre la basura o pidiendo a los transeúntes y propietarios de restaurantes, visten la misma ropa por mucho tiempo y son felices; también encontramos niños en las fundaciones, a las cuales sus mismos familiares los han llevado por diferentes motivos y, al ser visitados cuentan sus vidas, cuentan como fueron abandonados, y cuentan con la alegría que hace brillar sus ojos como son de felices viviendo sin familia, con unos pocos amigos, lejos de su casa, con la poca comida y vestido que reciben de la donaciones. También conocemos gente que teniendo gran cantidad de cosas materiales y dinero, deciden regalarlo todo y dedicarse a la ayuda humanitaria, y claramente son más felices que los que montan una fachada de felicidad hecha de rumbas, trago, droga, amigos de parranda, lujos, etc. De manera que no hay relación alguna entre el “tenerlo todo” y realizar un acto, aparentemente opuesto al estilo de vida; y más cuando es un “tenerlo todo” salido de una sociedad capitalista y materialista.
Otra típica frase es “y no pensó en los que se quedan acá con el dolor de su muerte… cómo fue capaz”; pero es que eso tampoco se piensa ni se medita cuando el cerebro no funciona correctamente, ese tipo de pensamientos no existen. Cómo podrían existir si lo primero que se perdió fue el instinto de supervivencia, ese autocuidado que todos tenemos y por el que procuramos no golpearnos el dedo meñique del pie contra la pata de la cama (aunque pasa), por el que evitamos cualquier dolor físico innecesario y, muchas veces, evitamos hacer cosas que pudieran lesionarnos, como pasar por una determinada calle a una determinada hora.
Y una tercera frase, y que la tomo de uno de los reportajes escritos a causa del suicidio de Lina Marulanda (quien en últimas inspira este blog) es “Muchos no entienden cómo alguien que transmitía tanto amor por la vida pudo tomar esa decisión”. Volvemos a lo mismo; no hay relación entre transmitir amor y suicidarse. Yo también conocí a una niña de 17 años (según nuestras leyes somos niños hasta los 18 años) quien también expresaba amor, era bonita, buena estudiante, querida, con buenos amigos, con muchos logros ya alcanzados y otros a la vuelta de la esquina, perteneciente a una familia adinerada, con una gran inteligencia, excelente estudiante; y nada de lo anterior tuvo la más mínima influencia para que un día tomara la decisión, y la aplazara, para un mes más tarde, llevarla a cabo.
Yo estaba en deuda de escribir este blog. Ya había comenzado a escribirlo, aproximadamente 8 meses atrás, y quedó en veremos, supongo que entre las otras ocupaciones y que la musa de la inspiración no me acompañaba por esa época, se aplazó su desarrollo hasta hoy. Estaba en deuda con Sonita, quien espero que ahora pueda leerlo y entienda mejor lo que intenté explicarle cuando Lina Marulanda se suicidó, ante su desconcierto y la duda que le surge a muchos; “por qué?”.
Me imagino que siempre hay que dar la posibilidad de que esas personas reciban ayuda y puedan superar la dificultad por la que atraviesan y, tal vez, podamos evitar un suicidio; pero también debemos tener presente lo que explico acá. No es fácil aceptarlo así, pero es la realidad y, seguramente, lo seguirá siendo mientras la ciencia encuentra la forma de hacer que se produzcan los neurotransmisores faltantes o que se puedan reemplazar artificialmente, al estilo de la insulina.
Y como siempre, nuestra única y mejor opción es disfrutar de la gente en vida…