martes, 5 de abril de 2011

NO CUMPLEN AÑOS Y VUELAN AVIONES


Uno tras otro salen los voluntarios techeros del Portal Tunal de Transmilenio en Bogotá. Desde las 8: 30 a.m. se ve el desfile de blue jeans y camisetas blancas con mensajes alusivos a la labor realizada por la Fundación Un Techo Para Mi Pais. El grupo va creciendo e invadiendo las escaleras y la plazoleta en el sitio de encuentro. Se saludan fraternalmente, le dan la bienvenida a los nuevos, se organizan los grupos según los barrios a los que se dirige cada uno, se dan las indicaciones pertinentes y se montan a los buses de transporte público que los llevarán a realizar las diferentes labores.

Yo subo al bus cuyo letrero dice “Alpes”. Tras 20 minutos de charla, recocha y Happy Bithdays para los voluntarios cumpleañeros de la semana, llegamos al paradero de buses, donde descendemos y entramos a la cafetería y panadería La Bumanguesa a comer croissants de queso, bocadillo o arequipe, gudiz y gaseosa o Pony Malta por una módica suma de 2000 o 2500 pesos. Mientras se degusta las medias nueves, se organizan los últimos detalles y los voluntarios que trabajan en el barrio El Recuerdo de Ciudad Bolivar comienzan a caminar, para, después de 10 minutos llegar al TET (Techo para la educación y el trabajo). Es una construcción de madera, como todas las de la fundación, más amplia que las viviendas de emergencia, con un único espacio, algunas mesas y sillas.

En el TET se reúnen, para organizar lo necesario para la jornada y comienzan las labores. Los voluntarios de construcción por un lado, los de jurídica por otro, los de asignación y detección abordan a la gente y los de educación convocamos y reunimos a los niños frente al TET o al lado de la cancha de fútbol en tierra que tiene el barrio.

La anterior escena se repite domingo tras domingo. A las 5, 6, 7 a.m. comienzan a sonar los despertadores de los voluntarios que se dirigen a cumplir con su compromiso con la educación de los niños, la vivienda de las familias y la solución de diversos problemas de las comunidades que viven en extrema pobreza. No importa el sueño, el cansancio de la semana, el guayabo o si la tiene viva; con cachuchas, gafas oscuras y bloqueador solar los voluntarios van apareciendo.

La jornada se centra en tomar datos de los niños del barrio y hacer un diagnóstico de lectura, escritura y operaciones matemáticas básicas. Ante la pregunta “cuándo naciste” o “cuál es tu fecha de nacimiento” el 98% responden “no sé” y miran como diciendo “debería saberlo, cierto?”. Su cumpleaños no es recordado, no es una fecha importante ni significativa para nadie. Al preguntarle a sus padres, la misma respuesta se escucha de algunos; “no me acuerdo, espere le preguntó a la mamá” o “yo ya tengo tantos hijos, que ya ni me acuerdo”. Es una labor más, tal vez un deber más de los voluntarios celebrar estas fechas cada domingo. Hacer una actividad especial, pequeña, sencilla, pero que, al igual, que a gran parte de la población, les sea reconocido y celebrado el haber vivido un año más, el crecer, el madurar, el haberle dado una vuelta más al sol a bordo de La Tierra.

La segunda actividad es hacer unos dibujos y construir unos aviones de papel; trabajando las habilidades motrices. La línea de producción arroja aviones de diferentes tamaños, y diseños. Gracias a las nociones de la leyes de la aerodinámica que se aprenden en un barrio como El Recuerdo, donde el viento sopla con fuerza en todo momento, los aviones surcan los cielos; sus pilotos en tierra, corren para ubicarse mejor a favor o en contra del viento, para atrapar sus aviones antes del inminente choque y para corregir diferentes aspectos de su diseño y lanzarlos al cielo de nuevo.

Diferentes jornadas trabajan variados aspectos académicos, cognitivos y formativos de los niños cuya infancia no ha sido igual a la que vivimos los que podemos estar leyendo este blog; ellos no tienen un jardín en la casa – no tienen casa, sino cambuche -, no tienen un parque en el barrio para ir a jugar cogidos de la mano de sus papás; pues, tampoco tienen barrio; son unos extraños en tierras ajenas. Sus tierras fueron tomadas por otros, más extraños aún, en nombre de la lucha social de uno u otro lado; todos con excusas para quedarse con tierras y animales, todos con una excusa – la misma de hecho – para disparar un fusil contra alguien con el mismo camuflado pero diferente bandera. La mano del papá o de la mamá que los lleva al parque tampoco existe, pues, primero, no hay parque, es un peladero de tierra con dos porterías de fútbol en los extremos, y segundo, esas manos están buscando (de cualquier manera) el sustento para sus familias, y regresarán hasta la noche, incluso los domingos.

Es una infancia sin juguetes, o con juguetes un poco diferentes a los nuestros, pues les falta una pata para poder caminar, una cadena para poder pedalear, una llanta para poder rodar, aire para poder rebotar, etc., son juguetes incompletos, rotos, usados, deteriorados.

Es una infancia sin televisión (tal vez sea mejor!) o con mucha televisión desmedida sin control adulto de lo que ven; una infancia con experiencias de violencia en su tierra natal, la misma violencia que los hizo huir a un cinturón de miseria alrededor de la capital; una infancia con violencia intrafamiliar; una infancia sin educación acorde a la edad; una infancia sin alimentos en cantidad y calidad adecuada; una infancia, que escasamente puede llamarse infancia por la edad de los niños, pero el resto de las características no existen.

Actividades de lenguaje, de matemáticas, de manualidades, y juegos, intentan generar las habilidades no desarrolladas aún, o fortalecer las existentes; llenar vacíos dejados por el ausentismo escolar, y poner en evidencia falencias de aprendizaje, académicas, del sistema educativo colombiano, de un aspecto que es un derecho de todos, pero lo convertimos en un privilegio de algunos. Actividades que ponen de manifiesto sus experiencias de vida, y que se expresan mediante algunos dibujos que plasman armas, disparos, familias incompletas y escudos de equipos de fútbol (el deporte que más violencia genera en el mundo, lo digo yo).

Los voluntarios hacen su mejor esfuerzo por lograr sus metas, por mejorar el aspecto escolar, académico, cognitivo, social formativo de los niños que su voluntariado puso en sus manos; hacen su mejor esfuerzo por lograr un impacto positivo en los niños cuyas experiencias de vida no son, precisamente, envidiables.

En medio de una de las actividades aparece un llamado para revisar y atender a un bebé de aproximadamente 6 meses que no para de llorar y cuyo cuerpo está morado (asfixia?), no, no es asfixia, el cuerpo completo no está morado; son moretones en espalda, brazos y piernas (de golpes?). Es fácil hacer la revisión, pues no tiene ropa, estaba envuelto en una toalla. Y los hermanos? Ahí están bajo el cuidado de la hermana mayor… de 10 años de edad. Y la ropa del bebé? Está “toda” sucia, y “toda” no es mucha. Lo poco que hay limpio no está tan limpio y le queda pequeño. Y el tetero? No tiene. Y la comida de la casa? No hay. Y la pregunta: “Hace cuánto no comen?” Desde ayer. Ayer fue sábado; hoy es domingo, 1 p.m. Eso son como 16 – 18 horas sin comer.

De las maletas de los voluntarios salen galletas y yogurt; de la tienda cercana sale pan y leche para todos. De la casa de una vecina sale ropa de bebé. Una vez abrigado, y sin hambre, vuelve a sonreírle a la vida. Por cuánto tiempo? Y los papás dónde están?

Se ensaña el destino con la misma familia? Fue su error? Fue un error tener tantos hijos en este mundo? En el campo colombiano? Estar en el lugar equivocado cuando pasaron los hombres, definitivamente, equivocados?

Los voluntarios regresan a sus vidas. Comen, duermen, descansan, estudian, trabajan, se encuentran, hacen planes, van a cine, ven “Los colores de la montaña”. Ni que mandada a hacer. Y después de la película, un café (a pesar de utilizar y contaminar 36 galones de agua por taza de café), y la nueva noticia del barrio; la misma familia tiene a su hijo mayor, de 14 años desaparecido. Salió del barrio en Enero con un hombre de la comunidad, con el permiso de sus papás para viajar a Boyacá por una semana, y nunca volvió. El tal hombre apagó su celular hace mucho y no han podido contactarlo, ni saben de su hijo. Ponen el denuncio, pero qué puede hacer la policía ante tantas denuncias de desapariciones y sin tener un buen sistema para rastreo de personas? Ojalá encuentren a su hijo, pero sabemos cual es el más probable final de la historia.

Seguiremos viviendo en nuestra realidad, ya no tan ajenos a la otra realidad que nos rodea a diario, pero que no vemos, o no queremos ver; de la cual huimos, tal vez por miedo de llegar a ser uno de ellos en las vueltas de la vida, tal vez porque estamos muy cómodos para incomodarnos sin ninguna necesidad individual y egoísta.

Pero a pesar de todo, cientos de voluntarios se seguirán levantando domingos, sábados y hasta entre semana para hacer algo por esas comunidades, por que tengan una vida más digna, por un acceso al estudio, a oficios, por que tengan la posibilidad de comenzar un pequeño negocio que les dé el sustento diario y por que tengan una casa cuyo piso no sea en tierra, cuyas “paredes” no sean lonas, plásticos, tablas, latas y por cuyo techo no entre el agua cada que llueve y no se levante y vuele con cada ventarrón.

Hasta el próximo domingo.

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