martes, 3 de diciembre de 2013

Cuba, Turísticamente hermosa, históricamente fascinante, socialmente triste II

Ahora que recupero la memoria, puedo decirles que la noche anterior hubo una interesante tormenta en el mar; en La Habana tuvimos una nublada, pero aún caliente noche. Recuerdan las cervezas? Las tomábamos mientras disfrutábamos del espectáculo de los rayos cruzando e iluminando el cielo, Los truenos retumbaban bastante fuerte, y contábamos el tiempo entre el relámpago y el trueno, y así sabíamos cuando estaba cerca a la isla y cuando se alejaba.

También les cuento, que al final de la tarde de ayer, fuimos a conocer la playa, para encontrarnos con una rocosa playa, que parecía un paisaje lunar. La Habana no tiene playas bonitas con arena, sólo roca; pero, a pesar de esto, vimos a cubanos y europeos bañarse en las aguas del mar atlántico; eso sí, debían entrar con algún tipo de calzado, pues la roca tiene puntiagudas salientes que lastimarían cualquier pie por grueso que fuera el callo.

El segundo día comenzó al despertar tras un reparador y largo sueño al lado de la mujer de mi vida; y ver una mañana bastante oscura, como que amanecía más tarde o tal vez continuaba la tormenta. Al mirar el reloj, las 8 a.m.; - qué dormilones! -. Y al correr las cortinas todo lo que creíamos desapareció al entrar la luz de un sol radiante. Teníamos un cielo totalmente despejado, bastante sol y una elevada temperatura; pero las gruesas y oscuras cortinas y el aire acondicionado no nos lo dejaban saber. Ante las evidencias anteriores, saltamos de la cama a alistarnos y desayunar, pues a las 10 a.m. nos recogería el bus en el que haríamos el city tour.

Si recuerdan, el día anterior habíamos descubierto poca comida en los estantes del mercado, unos excelentes sandwiches cubanos y unas muy buenas cervezas cubanas. Entre la cena de la primera noche y el primer desayuno encontraríamos variedad de carnes, huevos, frutas, panes y cereales; y comenzaríamos a descubrir las diferencias con nuestros alimentos. Frutas sin tanto color, y más bien insípidas; panes con sabor a masa cruda; carnes igualmente descoloridas e insípidas. Como la sal lo arregla todo, descubriríamos que es sal marina, de granos muy gruesos y que no sabe igual. Con razón importan sal colombiana! También descubriríamos que el mango, al contrario de los otros alimentos sí tiene sabor y color. El jugo de mango no es amarillo, sino un tanto café y su sabor igual; sabe a mango muy maduro, rayando en lo fermentado. Mi comida me permitió probar el plátano seco, harinoso y la papa insípida; y el desayuno me dio la posibilidad de probar la variedad de panes y algunos bizcochos. El único con sabor era una dona, puesto que estaba recubierta de azúcar, chocolate y frutas cristalizadas. Pobres cubanos; tras de todo lo mal que están por el régimen y la revolución, la tierra no les da alimentos llenos de color y sabor como los colombianos. Pero para compensar, sus habitantes le ponen mucho sabor a todos los espacios y momentos con su música cubana; fácil de encontrar en el lobby del hotel, el restaurante, la terraza, la piscina, las calles, los restaurantes,  etc., interpretando diferentes ritmos, canciones y con diversidad de instrumentos (guitarra, bongoe, conga, caja, flauta traversa, organeta, bajo, maracas, acordeón, etc) siempre amenizando todas las comidas y ratos de esparcimiento; siempre preguntando de mesa en mesa: “any song you prefer?”.

Muy a las 10 a.m. llego el bus por nosotros y nuestros compatriotas Luis y Claudia. En un recorrido de 4 horas vimos a través de los cristales del bus, La Habana; visitamos algunos lugares y caminamos el centro de La Habana Vieja; además escuchamos la explicación dada por una excelente guía, en español y portugués, dada la compañía de turistas brasileros. Era un señora, profesora de universidad, graduada en idiomas que además de los básicos (español, inglés, portugués, tal vez francés, también hablaba zuahili, pues el gobierno la había enviado a África a estudiar y trabajar como traductora oficial. Como todos los cubanos que no emigraron, debió regresar a trabajar en la isla como guía turística; una de las mejores).

Recorrimos la avenida de la bahía, el malecón, los túneles – uno de ellos construido por una firma de ingenieros franceses, por debajo del mar, cruzando la bahía, conectando la ciudad central con la zona turística de la fortaleza (alias muralla), el malecón, varias casas típicas de la época en la que Cuba era próspera; llena de casas grandes, de arquitectura republicana, con grandes puertas y ventanas y colores propios de las zonas costeras caribeñas, embajadas, el edificio réplica del capitolio estadounidense de Washington e iglesias.  

Recorrimos la  fortaleza, cruzando el túnel aspillerado, corredor angosto con ventanas con forma trapezoidal para poder ver hacia afuera sin ser visto, y pared arqueada, de manera que nuestro cerebro se veía engañado y caminábamos inclinados, pretendiendo compensar la inexistente inclinación del piso. Encontramos los cañones y sus balas, con las que defendían la ciudad de ataques de piratas y corsarios. Sabrán la diferencia, no? Pues yo no la sabía. Me la enseñó mi querida esposa, que tampoco lo sabía, pero que nuestros maravillosos guías cartageneros lo explican allá en su fortín (tampoco es castillo). Los piratas eran independientes y robaban para ellos, mientras que los corsarios robaban con el aval y para la corona de algún país.

En la plaza de la revolución, “tiramos unas buenas fotos” (en cubano) con los carros americanos y rusos que quedaron de la buena época de Cuba, con los cocotaxis (moto-taxis con un pequeño habitáculo en forma de coco, para 3 personas), frente a la torre de la revolución, punto más alto de Cuba, con 100 m y con mirador a toda La Habana en su piso superior, la biblioteca nacional, el monumento a Camilo Cienfuegos y al Ché Guevara.

Caminamos el centro de la ciudad, pasando por el Hotel Ambos Mundos, en el cual por largo tiempo vivió Ernest Hemingway; escribiendo varias de sus novelas; la plaza vieja, la plaza mayor, la plaza de la catedral. En la última se encuentra la catedral, la única del mundo que no cumple el requisito de tener ambas torres de iguales dimensiones, pues construyeron una del tamaño planeado, y ante la falta de dinero de Franciscanos y Dominicos, finalmente fue terminada por los jesuitas, pero quedando con la segunda torre más angosta que la primera. Recorrimos un par de iglesias; la de San Francisco de Asis, hoy museo, y la de Santa Clara, cerrada. En la catedral hay misa a las 6 p.m. los domingos. Esto muestra la poca religiosidad de los cubanos; lo cual se debe a que el gobierno había prohibido la religión, y por tanto, el catolicismo. Luego, tras la visita de Juan Pablo II, y, posteriormente, Benedicto XVI se han ido retomando las costumbres y tradiciones de las diferentes religiones que se profesan en la isla. Además vimos gran cantidad de tiendas de artesanías cubanas que recorreríamos con más calma - de afán - al día siguiente.
  
De regreso, hacia las 2:30 p.m., nos quedamos en un excelente restaurante, el Miramar, en un segundo piso, con balcón con vista al mar, y piscina; en donde degustaríamos una muy buena cocina cubana, en la preparación de dados de pargo y filete del mismo pescado, acompañados de la “guarnición” (arroz moros y cristianos y mojo (plátanos fritos)), un refrescante jugo de guayaba y un mojito, obviamente con ron Havanna club blanco.

Para bajar el almuercito caminamos hora y media de allí al hotel, un breve descanso, baño, cambio de ropa, hacer la reserva para ver a Buenavista Social Club la noche siguiente, a comer y salir corriendo a tomar un taxi Volga con la varilla del clutch rota, que por 7 cuc ($ 14.000) nos dejó a las 9:45 p.m. en el  Hotel Nacional, para ver al Cabaret Parisiene, divertido show de baile internacional, principalmente cubano, con clase de baile incluida, concurso y certificado al mejor bailador de la noche que recibimos tras hacer el oso en la tarima junto con una pareja de mujeres españolas y una brasilera, frente a una buena cantidad de ojos que nos observaban.
Luego de haber gozado, habernos divertido con el show, las clases y el concurso, y haber disfrutado un par de refrescantes cervezas cubanas, salimos a tomar el taxi Peugeot 306 SW conducido por Nelson, que nos acompañaría en los demás recorridos hasta que dejáramos La Habana, quien por 10 cuc nos llevó de regreso al hotel y, después de acordar como hora de recogida las 10 a.m. del día siguiente, a dormir.


Hasta mañana. 

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